Presentarse
ante una pintura de Edward Hopper significa enfrentarse a una soledad que no es
somera, más allá de la técnica y el realismo, existe un deje de transición
hacia lo profundo de una escena o de una mirada o de un quién sabe qué. La
primera pintura que observé consciente de que debía mirarla por donde no se
mostraba (es decir, mirarla más allá de lo que me muestra) fue Digresión
Filosófica. Por curioso el nombre, no se me hizo inusual. En cambio, al ver un
recuadro limitado que guarecía dentro de sí la cotidianidad sugerente y que
exigía un necesario esfuerzo imaginativo, no pude evitar recrear o concebir
múltiples razones que dieran como resultado la escena que Hopper nos retrata. A
priori, la premisa del cuadro es básica: una habitación sin muchos ripios, con
no más orden que el de una cama sumamente inocua. En la cama una mujer,
desprovista de ropa de la cintura para abajo y vuelta hacia la pared, ocultando
su rostro y aparentemente dormida. En el borde de la cama un hombre vestido, presuntamente
después de leer el cuaderno que se posa abierto a su lado, con una expresión
inquietante, de espaldas a la mujer. Lo de la expresión inquietante puede ser
un carácter relativista, no es sino la impresión subjetiva de quien lo ve lo
que lo tilda de inquietante, o de extraño, a falta de un mejor adjetivo.
La soledad, la expresión y la
sugerencia comprenden los tres elementos que conjuntan la estructura conceptual
de la obra. Son, de hecho, los elementos cruciales de casi todas las obras de
Hopper. La soledad no sólo pretende darse con la ausencia de elementos en el
cuadro, o con un muy calculado respeto hacia el espacio que proporciona el
lienzo, sino que sí misma llena los vacíos que aparentan ser uniformes o
simples. No se debe entender esta soledad como falta, como el hecho de ‘necesitar
algo más’. Se comete el error de deducir la soledad como símil de débil, pero
en el susodicho cuadro, este elemento encarece con una fuerza que se torna
penetrante a los ojos del espectador. Lo que a mi juicio pondera en la
reminiscencia que queda del cuadro cuando ya casi se ha olvidado, es el color
protagonista que abarca toda su esencia. Cuando me refiero a Digresión
Filosófica en cualquier nimia conversación, o cuando la recuerdo porque en mi
propia soledad no queda más que recordarla, la imagen se me va recreando como
pixeles que, en vez de fragmentarse, van construyendo, en el recuerdo, la obra
entera; y el primer plano que aparece al construirse es el de un azul plomizo que
sirve para envelar la realidad fuera de la pintura. Es acertado afirmar que el
factor principal que aumenta la importancia de la soledad, es el color frío y
taciturno que envilece la impresión de quien se empieza a atormentar con el porqué de la escena. Por más que sean
dos personas las protagonistas, da la sensación de distanciamiento: ni él está
junto a ella, ni ella está junto a él. Es la firme realización de dos cuadros
que se han superpuesto para volverse uno mismo, porque, si cada uno de los dos
personajes pertenece a una obra distinta, la duda es qué estarán haciendo
juntos: de por medio está la soledad.
La expresión se trata más bien de
reaccionar a lo que Hopper encierra en un limitado espacio. Al hablar sobre
este segundo elemento, es preciso despojarse brevemente del objetivo principal
de la lectura de esta pintura. Intriga lo que no se ve por completo: una de mis
inquietudes es qué hace un cuadro colgado en la pared de la habitación (en la
esquina superior izquierda). Puede parecer un objeto que tenga la mera misión
de condensar más el cuadro, darle sustancia a la escena con su presencia, pero,
¿por qué habría de molestarse el pintor en incluirlo, si al fin y al cabo sería
sólo para mostrarlo como un muy leve personaje sobresaliente? Cuando es
referido como sobresaliente, existe una contrariedad. Esto tiene que ver ya con
el último elemento, pero en cuanto a la expresión, este adosado objeto es la
más clara y concisa representación de la verdadera importancia del cuadro: lo
que no se ve. Es decir, uno debe imaginarse lo que apenas es mostrado,
basándose en lo que es completamente mostrado. ¿Qué importa si tras la ventana
hay un cielo y un arbusto? Es eso, la incertidumbre, tener que descifrarla, lo
que torna a este cuadro tan misterioso. Las pinceladas discretas y poco dadas a
dejarse notar, son la sustancia ideal de su realismo, puesto que lo que Hopper
aparentemente busca es sumergirnos en su obra emulando una escena sin que se
sienta la más fuerte expresión impresionista.
La sugerencia, el tercer elemento,
sucede a la catarsis que resulta de la soledad y la expresión, y, además de
nacer posterior a estos dos elementos, los abarca y los completa y los explica.
Al hablar sobre la contrariedad acerca del cuadro sobresaliente, se debe a que
no sobresale dentro del marco que Hopper ha elegido para pintar la escena, sino
más allá de ese recuadro compuesto. Para entenderlo mejor es preciso
profundizar en un curso más lejano: en Berkeley, en el otoño de 1980, el
escritor argentino Julio Cortázar dictó clases de literatura en una de las
cuales, hablando sobre las similitudes novela-película y cuento-fotografía,
explicó la importancia de este factor. La alusión a esa clase es imprescindible
al hablar sobre las sugerencias. Cortázar explica que una novela, así como una
película, es un trayecto con matices y altibajos, que yo, a mi propio juicio,
me atrevo a comparar con una sinfonía. Sin embargo, el cuento es un género más
preciso y directo que por lo tanto se vuelve más limitado, lo mismo que una
fotografía. En este caso habrá de sustituirse la fotografía por la pintura, lo
que lleva analizar en su lugar la dualidad cuento-pintura. En la clase, el
escritor argentino da una explicación que no tiene pérdida. Afirma que lo
interesante del cuento es lo que no está. Lo mismo en la fotografía, y en este
caso en la pintura. El ejemplo que ofrece es el de una foto familiar, una situación
amena en alguna reunión de domingo en la sala principal; todos sonriendo a la
cámara y posando para volverse inmortales dentro del cuadro limitado de la
imagen. Entonces, ¿qué convierte en inusual este recuerdo quemado sobre un
papel? Es sencillo, lo que apenas sobresale: una pierna en el borde de la
fotografía (uno se pregunta de quién es la pierna), una sombra en la pared
(quién es la sombra), una mujer gritando (por qué está gritando), e incluso, la
duda más recurrente, ¿quién tomó la foto?, porque lo importante en la
fotografía es lo que hay detrás, al igual que en las pinturas de Hopper. De eso
se trata la sugerencia, y lo que Digresión Filosófica sugiere es una
multiplicidad de situaciones que no son desacertadas, ninguna. Al toparse con la soledad que expresa la pintura, no
existe otra reacción que la de preguntarse qué pasó allí, qué está pasando o
que pasará. Desde lo más convencional hasta lo más disparatado, cada
posibilidad es válida, y la única conjetura errónea es la que ciegamente cree
que la escena es superficial, que el hombre sólo está al borde de la cama
porque así lo decidió Hopper quien además agregó detrás a la mujer como un
elemento netamente estético. Podría, fácilmente, desde un punto de vista
ingenuo y genérico, ser simplemente la representación de una pareja que acaba
de tener sexo; ella, ya satisfecha, concilió un profundo sueño; él, luego de
cometer su proeza, empieza a dispersarse por reflexiones inconclusas desde un
solo punto de partida: no la ama, ni aun la quiere, pero ella no lo sabe y es
preciso buscar cómo decírselo. Esto podría dar sentido al título de la obra.
También, bifurcando la escena hacia lares un poco más dramáticos, quién sabe si
el hombre es en realidad el padre de la chica, y, mientras ella duerme, él
decide leer su diario. Su cara de preocupación, su gesticulación inquietante,
se debería entonces a la sorpresa desagradable de descubrir que su niña ya
creció. Estaría, en ese caso, el libro abierto proclamando protagonismo, como
diciendo ‘soy la razón de esta escena’, o ‘soy la mecha’, o ‘soy la entrada al
laberinto’.
Digresión Filosófica, dentro de su
proyección cerrada y bidimensional, regala la probabilidad y el juego.
Concretamente, el juego imaginativo, dado que de ella nace la sumersión hacia una
historia incierta. No es difícil construir una historia partiendo de una
soledad semejante. La pregunta es cuántas posibilidades caben dentro de esta
pintura. Y así con todas las de Hopper.
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