domingo, 28 de febrero de 2016

Digresión filosófica, Edward Hopper




Presentarse ante una pintura de Edward Hopper significa enfrentarse a una soledad que no es somera, más allá de la técnica y el realismo, existe un deje de transición hacia lo profundo de una escena o de una mirada o de un quién sabe qué. La primera pintura que observé consciente de que debía mirarla por donde no se mostraba (es decir, mirarla más allá de lo que me muestra) fue Digresión Filosófica. Por curioso el nombre, no se me hizo inusual. En cambio, al ver un recuadro limitado que guarecía dentro de sí la cotidianidad sugerente y que exigía un necesario esfuerzo imaginativo, no pude evitar recrear o concebir múltiples razones que dieran como resultado la escena que Hopper nos retrata. A priori, la premisa del cuadro es básica: una habitación sin muchos ripios, con no más orden que el de una cama sumamente inocua. En la cama una mujer, desprovista de ropa de la cintura para abajo y vuelta hacia la pared, ocultando su rostro y aparentemente dormida. En el borde de la cama un hombre vestido, presuntamente después de leer el cuaderno que se posa abierto a su lado, con una expresión inquietante, de espaldas a la mujer. Lo de la expresión inquietante puede ser un carácter relativista, no es sino la impresión subjetiva de quien lo ve lo que lo tilda de inquietante, o de extraño, a falta de un mejor adjetivo.
         La soledad, la expresión y la sugerencia comprenden los tres elementos que conjuntan la estructura conceptual de la obra. Son, de hecho, los elementos cruciales de casi todas las obras de Hopper. La soledad no sólo pretende darse con la ausencia de elementos en el cuadro, o con un muy calculado respeto hacia el espacio que proporciona el lienzo, sino que sí misma llena los vacíos que aparentan ser uniformes o simples. No se debe entender esta soledad como falta, como el hecho de ‘necesitar algo más’. Se comete el error de deducir la soledad como símil de débil, pero en el susodicho cuadro, este elemento encarece con una fuerza que se torna penetrante a los ojos del espectador. Lo que a mi juicio pondera en la reminiscencia que queda del cuadro cuando ya casi se ha olvidado, es el color protagonista que abarca toda su esencia. Cuando me refiero a Digresión Filosófica en cualquier nimia conversación, o cuando la recuerdo porque en mi propia soledad no queda más que recordarla, la imagen se me va recreando como pixeles que, en vez de fragmentarse, van construyendo, en el recuerdo, la obra entera; y el primer plano que aparece al construirse es el de un azul plomizo que sirve para envelar la realidad fuera de la pintura. Es acertado afirmar que el factor principal que aumenta la importancia de la soledad, es el color frío y taciturno que envilece la impresión de quien se empieza a atormentar con el porqué de la escena. Por más que sean dos personas las protagonistas, da la sensación de distanciamiento: ni él está junto a ella, ni ella está junto a él. Es la firme realización de dos cuadros que se han superpuesto para volverse uno mismo, porque, si cada uno de los dos personajes pertenece a una obra distinta, la duda es qué estarán haciendo juntos: de por medio está la soledad.
         La expresión se trata más bien de reaccionar a lo que Hopper encierra en un limitado espacio. Al hablar sobre este segundo elemento, es preciso despojarse brevemente del objetivo principal de la lectura de esta pintura. Intriga lo que no se ve por completo: una de mis inquietudes es qué hace un cuadro colgado en la pared de la habitación (en la esquina superior izquierda). Puede parecer un objeto que tenga la mera misión de condensar más el cuadro, darle sustancia a la escena con su presencia, pero, ¿por qué habría de molestarse el pintor en incluirlo, si al fin y al cabo sería sólo para mostrarlo como un muy leve personaje sobresaliente? Cuando es referido como sobresaliente, existe una contrariedad. Esto tiene que ver ya con el último elemento, pero en cuanto a la expresión, este adosado objeto es la más clara y concisa representación de la verdadera importancia del cuadro: lo que no se ve. Es decir, uno debe imaginarse lo que apenas es mostrado, basándose en lo que es completamente mostrado. ¿Qué importa si tras la ventana hay un cielo y un arbusto? Es eso, la incertidumbre, tener que descifrarla, lo que torna a este cuadro tan misterioso. Las pinceladas discretas y poco dadas a dejarse notar, son la sustancia ideal de su realismo, puesto que lo que Hopper aparentemente busca es sumergirnos en su obra emulando una escena sin que se sienta la más fuerte expresión impresionista.
         La sugerencia, el tercer elemento, sucede a la catarsis que resulta de la soledad y la expresión, y, además de nacer posterior a estos dos elementos, los abarca y los completa y los explica. Al hablar sobre la contrariedad acerca del cuadro sobresaliente, se debe a que no sobresale dentro del marco que Hopper ha elegido para pintar la escena, sino más allá de ese recuadro compuesto. Para entenderlo mejor es preciso profundizar en un curso más lejano: en Berkeley, en el otoño de 1980, el escritor argentino Julio Cortázar dictó clases de literatura en una de las cuales, hablando sobre las similitudes novela-película y cuento-fotografía, explicó la importancia de este factor. La alusión a esa clase es imprescindible al hablar sobre las sugerencias. Cortázar explica que una novela, así como una película, es un trayecto con matices y altibajos, que yo, a mi propio juicio, me atrevo a comparar con una sinfonía. Sin embargo, el cuento es un género más preciso y directo que por lo tanto se vuelve más limitado, lo mismo que una fotografía. En este caso habrá de sustituirse la fotografía por la pintura, lo que lleva analizar en su lugar la dualidad cuento-pintura. En la clase, el escritor argentino da una explicación que no tiene pérdida. Afirma que lo interesante del cuento es lo que no está. Lo mismo en la fotografía, y en este caso en la pintura. El ejemplo que ofrece es el de una foto familiar, una situación amena en alguna reunión de domingo en la sala principal; todos sonriendo a la cámara y posando para volverse inmortales dentro del cuadro limitado de la imagen. Entonces, ¿qué convierte en inusual este recuerdo quemado sobre un papel? Es sencillo, lo que apenas sobresale: una pierna en el borde de la fotografía (uno se pregunta de quién es la pierna), una sombra en la pared (quién es la sombra), una mujer gritando (por qué está gritando), e incluso, la duda más recurrente, ¿quién tomó la foto?, porque lo importante en la fotografía es lo que hay detrás, al igual que en las pinturas de Hopper. De eso se trata la sugerencia, y lo que Digresión Filosófica sugiere es una multiplicidad de situaciones que no son desacertadas, ninguna. Al toparse con la soledad que expresa la pintura, no existe otra reacción que la de preguntarse qué pasó allí, qué está pasando o que pasará. Desde lo más convencional hasta lo más disparatado, cada posibilidad es válida, y la única conjetura errónea es la que ciegamente cree que la escena es superficial, que el hombre sólo está al borde de la cama porque así lo decidió Hopper quien además agregó detrás a la mujer como un elemento netamente estético. Podría, fácilmente, desde un punto de vista ingenuo y genérico, ser simplemente la representación de una pareja que acaba de tener sexo; ella, ya satisfecha, concilió un profundo sueño; él, luego de cometer su proeza, empieza a dispersarse por reflexiones inconclusas desde un solo punto de partida: no la ama, ni aun la quiere, pero ella no lo sabe y es preciso buscar cómo decírselo. Esto podría dar sentido al título de la obra. También, bifurcando la escena hacia lares un poco más dramáticos, quién sabe si el hombre es en realidad el padre de la chica, y, mientras ella duerme, él decide leer su diario. Su cara de preocupación, su gesticulación inquietante, se debería entonces a la sorpresa desagradable de descubrir que su niña ya creció. Estaría, en ese caso, el libro abierto proclamando protagonismo, como diciendo ‘soy la razón de esta escena’, o ‘soy la mecha’, o ‘soy la entrada al laberinto’.

         Digresión Filosófica, dentro de su proyección cerrada y bidimensional, regala la probabilidad y el juego. Concretamente, el juego imaginativo, dado que de ella nace la sumersión hacia una historia incierta. No es difícil construir una historia partiendo de una soledad semejante. La pregunta es cuántas posibilidades caben dentro de esta pintura. Y así con todas las de Hopper.

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