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Eugenio Montejo, poeta venezolano |
Por medio del refinado
trabajo de la palabra, Eugenio nos dibuja una perspectiva del mundo única, una
visión que sólo podemos alcanzar a través de la poesía, un rostro que sólo
podríamos conocer por medio de Terredad: el maravilloso acercamiento a la cara
oculta del ser humano, la que más se relaciona con nuestra naturaleza y todo lo
que nos rodea. Al tener contacto con Terredad, no es un mero encuentro con un
libro de poesía, sino con un espejo que nos descarna y nos desdibuja, dejando a
relucir nuestra parte más humana, la que, increíblemente, reside en nuestra
alma.
Montejo tiene una forma muy particular de fundir la esencia
del hombre con el todo de la naturaleza, a través de una red de poemas
hilvanados que sugieren una misma idea: la vida misma convertida en poesía, tal
como lo dice Octavio Paz en El arco y la
lira, “¿No sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con
la vida?”, y es aquí cuando Eugenio presta su cuerpo para dar forma a la masa
amorfa del lenguaje, como nos lo presenta en su poema “El esclavo”:
“Ser
el esclavo que perdió su cuerpo
para
que lo habiten las palabras.
Llevar
por huesos flautas inocentes
que
alguien toca de lejos
o
tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y
la ansiedad por descifrarlo).”
Al leer las últimas líneas de ese fragmento, es casi
imposible no remitirse al bello acto de escribir poesía, cuando no se piensa si
otro lector conocerá y saboreará el poema, cuando lo que se escribe no se
escribe para alguien más. La poesía de Eugenio es dotada de dos caras: una
imagen sugerida y una imagen sugerente. Montejo nos presenta un poema que se va
destapando para dejarse ver, y que ningún lector podrá interpretar de la misma
manera, siempre intentando develar vanamente el misterio de su poesía.
Eugenio logra, a través de su particular énfasis en la
esencia de la naturaleza, enganchar al lector, dejándole nacer una empatía
dormida hacia los elementos que caracterizan sus poemas. Quiero, desde el punto
de vista de un inocente y fiel lector de poesía, anclarme a cierto poema del
cual no me he podido despegar, sin dejarle lugar para el análisis y sin poder
mirarlo más que desde el asombro:
“Ciudades
marinas, flotantes, entrevistas,
a
merced del hastío que dobla el horizonte.
Ciudades
que respiran como una durmiente,
mueven
una mano, levantan montañas azules,
siguen
durmiendo”
En este fragmento del poema “Ciudades Marinas” ya se puede
vislumbrar la partitura que con sus tenues notas nos irá remitiendo de alguna
manera al mar. Es maravillosa esa hermosa descripción de las olas, la imagen
que nos sugiere cuando escribe “mueven
una mano, levantan montañas azules…” y que de alguna manera está latente en
toda Terredad. No me refiero a la sugerencia de las olas, sino a su fascinante
manera de desnudarnos a través de un verso, dejando a simple vista nuestros
recónditos recuerdos, como en este caso ha hecho conmigo al devolverme al mar.
Ya lo dijo Octavio Paz: la poesía es invitación al viaje, regreso a la tierra
natal. Paz afirma que la poesía ostenta todos los rostros pero que hay quien
afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío.
Montejo nos presenta un poema que cada lector debe descubrir e ir desvistiendo
para contemplar su cara oculta, con un estilo particular que es como una huella
dactilar o como un perfume: la poesía de Eugenio es irrepetible. Es casi
imposible encasillarlo, pero podemos distinguirlo fácilmente, basta con una
simple y somera lectura a alguno de sus poemas para saber que es suyo, pues,
todos tienen una misma esencia. Hablando de las imágenes, debo citar al propio
Montejo: “la poesía te da una imagen y luego desaparece. Te da un guijarro o
una flor”. En la poesía de Montejo, la imagen siempre prevalece, siempre: la
imagen tiene más fuerza que la palabra, y es debido a que la poesía no se debe
leer desde la razón, sino desde los sentidos. Y es a través de ellos que
Eugenio nos conecta con la tierra, eso es la Terredad, aspecto que comprendí al
leer “Sólo la tierra”:
“Dormidos
flotamos en el éter,
nos
arrastran las naves invisibles
hacia
mundos remotos
pero
sólo en la tierra abren los párpados.
…
Más
que el silencio de la tumba
temo
la hora de resurrección:
demasiado
terrible
es
despertar mañana en otra parte”.
Es maravilloso ese inexplicable amor de Eugenio por lo que
es el mundo terrenal: demasiado terrible despertar en otra parte. Puede estar
refiriéndose a su tierra en específico, o a la vida que la tocó vivir, y es
aquí cuando se puede crear una conexión con algún otro poema pendiendo del
mismo hilo si lo anclamos a “Soy esta vida”:
“Soy
esta vida y la que queda,
la
que vendrá después en otros días,
en
otras vueltas a la tierra.”
Ya lo he mencionado: cada uno de sus poemas depende de otro,
o le da un distinto o mejor sentido a otro.
Es fascinante la manera en que Montejo nos crea una imagen
sin mencionar el elemento. He aquí el más claro ejemplo, un poema que, entero,
se vuelve una enorme metonimia:
“Montañas
Se
doran cuando el sol las recompensa,
tendidas,
calmas, sin un gesto
aunque
atesoren sobre su regazo
la
paciencia del mundo.
Nos
ven envejecer aguardando que hablen,
nos
van siguiendo al apartarnos
de
ciudad en ciudad,
ondulando
a través de remotas ventanas.
Yacen
colgadas con sus capas en el aire,
las
doblamos mirándolas de lejos,
son
trajes de bodas antiguos per intactos,
en
las fotografías enmarcan lo que fuimos
y
hasta sonríen
siempre
tan calmas bajo el sol que las dora,
serenísimas
madres”.
***
Debo decir que estoy sumamente encantado con la pluma de
Montejo, y quien lea Terredad quedará enmarcado por un estilo único que nos
envuelve, sin permitir despegarnos de tan grandiosa obra poética: la vida es
poesía, Eugenio Montejo es vida.
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