sábado, 6 de junio de 2015

Eugenio Montejo: las dos caras del poema

Eugenio Montejo, poeta venezolano



Por medio del refinado trabajo de la palabra, Eugenio nos dibuja una perspectiva del mundo única, una visión que sólo podemos alcanzar a través de la poesía, un rostro que sólo podríamos conocer por medio de Terredad: el maravilloso acercamiento a la cara oculta del ser humano, la que más se relaciona con nuestra naturaleza y todo lo que nos rodea. Al tener contacto con Terredad, no es un mero encuentro con un libro de poesía, sino con un espejo que nos descarna y nos desdibuja, dejando a relucir nuestra parte más humana, la que, increíblemente, reside en nuestra alma.
         Montejo tiene una forma muy particular de fundir la esencia del hombre con el todo de la naturaleza, a través de una red de poemas hilvanados que sugieren una misma idea: la vida misma convertida en poesía, tal como lo dice Octavio Paz en El arco y la lira, “¿No sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?”, y es aquí cuando Eugenio presta su cuerpo para dar forma a la masa amorfa del lenguaje, como nos lo presenta en su poema “El esclavo”:

“Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo).”

         Al leer las últimas líneas de ese fragmento, es casi imposible no remitirse al bello acto de escribir poesía, cuando no se piensa si otro lector conocerá y saboreará el poema, cuando lo que se escribe no se escribe para alguien más. La poesía de Eugenio es dotada de dos caras: una imagen sugerida y una imagen sugerente. Montejo nos presenta un poema que se va destapando para dejarse ver, y que ningún lector podrá interpretar de la misma manera, siempre intentando develar vanamente el misterio de su poesía.
         Eugenio logra, a través de su particular énfasis en la esencia de la naturaleza, enganchar al lector, dejándole nacer una empatía dormida hacia los elementos que caracterizan sus poemas. Quiero, desde el punto de vista de un inocente y fiel lector de poesía, anclarme a cierto poema del cual no me he podido despegar, sin dejarle lugar para el análisis y sin poder mirarlo más que desde el asombro:

“Ciudades marinas, flotantes, entrevistas,
a merced del hastío que dobla el horizonte.
Ciudades que respiran como una durmiente,
mueven una mano, levantan montañas azules,
siguen durmiendo”

         En este fragmento del poema “Ciudades Marinas” ya se puede vislumbrar la partitura que con sus tenues notas nos irá remitiendo de alguna manera al mar. Es maravillosa esa hermosa descripción de las olas, la imagen que nos sugiere cuando escribe “mueven una mano, levantan montañas azules…” y que de alguna manera está latente en toda Terredad. No me refiero a la sugerencia de las olas, sino a su fascinante manera de desnudarnos a través de un verso, dejando a simple vista nuestros recónditos recuerdos, como en este caso ha hecho conmigo al devolverme al mar. Ya lo dijo Octavio Paz: la poesía es invitación al viaje, regreso a la tierra natal. Paz afirma que la poesía ostenta todos los rostros pero que hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío. Montejo nos presenta un poema que cada lector debe descubrir e ir desvistiendo para contemplar su cara oculta, con un estilo particular que es como una huella dactilar o como un perfume: la poesía de Eugenio es irrepetible. Es casi imposible encasillarlo, pero podemos distinguirlo fácilmente, basta con una simple y somera lectura a alguno de sus poemas para saber que es suyo, pues, todos tienen una misma esencia. Hablando de las imágenes, debo citar al propio Montejo: “la poesía te da una imagen y luego desaparece. Te da un guijarro o una flor”. En la poesía de Montejo, la imagen siempre prevalece, siempre: la imagen tiene más fuerza que la palabra, y es debido a que la poesía no se debe leer desde la razón, sino desde los sentidos. Y es a través de ellos que Eugenio nos conecta con la tierra, eso es la Terredad, aspecto que comprendí al leer “Sólo la tierra”:

“Dormidos flotamos en el éter,
nos arrastran las naves invisibles
hacia mundos remotos
pero sólo en la tierra abren los párpados.


Más que el silencio de la tumba
temo la hora de resurrección:
demasiado terrible
es despertar mañana en otra parte”.

         Es maravilloso ese inexplicable amor de Eugenio por lo que es el mundo terrenal: demasiado terrible despertar en otra parte. Puede estar refiriéndose a su tierra en específico, o a la vida que la tocó vivir, y es aquí cuando se puede crear una conexión con algún otro poema pendiendo del mismo hilo si lo anclamos a “Soy esta vida”:

“Soy esta vida y la que queda,
la que vendrá después en otros días,
en otras vueltas a la tierra.”

         Ya lo he mencionado: cada uno de sus poemas depende de otro, o le da un distinto o mejor sentido a otro.
         Es fascinante la manera en que Montejo nos crea una imagen sin mencionar el elemento. He aquí el más claro ejemplo, un poema que, entero, se vuelve una enorme metonimia:

“Montañas

Se doran cuando el sol las recompensa,
tendidas, calmas, sin un gesto
aunque atesoren sobre su regazo
la paciencia del mundo.

Nos ven envejecer aguardando que hablen,
nos van siguiendo al apartarnos
de ciudad en ciudad,
ondulando a través de remotas ventanas.

Yacen colgadas con sus capas en el aire,
las doblamos mirándolas de lejos,
son trajes de bodas antiguos per intactos,
en las fotografías enmarcan lo que fuimos
y hasta sonríen
siempre tan calmas bajo el sol que las dora,
serenísimas madres”.

***


         Debo decir que estoy sumamente encantado con la pluma de Montejo, y quien lea Terredad quedará enmarcado por un estilo único que nos envuelve, sin permitir despegarnos de tan grandiosa obra poética: la vida es poesía, Eugenio Montejo es vida.

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