Uno de los mayores errores que
cometemos quienes nos iniciamos dentro del mundo de la pintura, es valorar una
pintura por su enorme realismo y no por lo artístico. Pero toparme con esta
obra fue un encontronazo, una casualidad casi catártica.
Siempre, desde que tengo consciencia de
mis gustos y mis preferencias, he tenido un concepto de la belleza no muy
habitual para un niño. Desde que nos empiezan a criar, de manera indirecta nos
envenenan la mente con la idea de la persona perfecta, del hombre o mujer ideal.
Nos inculcaron que una mujer mientras más feble y esquelética estaría más cercana
a la belleza. Pero entonces, por causalidades, nos encontramos con Armando
Reverón. El susodicho pintor está considerado como el artista plástico
venezolano más importante del siglo XX, y reconocer uno de sus cuadros no es
una tarea difícil: tiene una predilección por los colores cálidos que, incluso
al pintar el mar, crean una sensación de estar observando una fotografía en
sepia, como en su cuadro de las costas de Macuto.
Lo primero que me llamó la atención de
esta obra es que fuera reconocida como “La maja criolla”, haciendo, intuyo,
alusión a “La maja desnuda” del pintor español Francisco de Goya, donde la pose
de las modelos son casi idénticas. Pues, Reverón, a través de una limitada
mezcla de colores nos demuestra la verdadera belleza de un cuerpo ajado. Un
hecho que me cautivó del cuadro y que no puede ir desligado de toda
subjetividad, es la mano derecha de la mujer donde se puede vislumbrar un
pequeño pulgar en la boca. Con este gesto sentí la seguridad de su sensualidad,
más que el hecho de que esté desnuda. Pero, no es cualquier desnudo. En la
pintura, desde la visión de un inocente e ignorante amante del arte, la mayoría
de los desnudos los siento forzados, como si la modelo o mujer no estuviera
segura de lo que está haciendo, como si no quisiera destaparse por completo,
encogiéndose dentro de su escafandra como si no se le pudiera observar. Pero,
esta mujer nos emana (o al menos a mí) todo lo contrario: su comodidad es soberbia
y despreocupada, y aunque los colores utilizados sean colores claros como el
amarillo o el gris, podemos sentir que la mujer es morena, criolla, de ancho
vientre y de rodillas aporreadas: una mujer isleña, venezolana. Es ése, simple
y llanamente, el hecho que termina por cautivarme: saber que es una mujer
venezolana, mujer de real belleza, mujer de anchas caderas, mujer verdadera. No
tengo más para decir sobre esta maravillosa pintura.
La maja criolla, Armando Reverón |
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